En los entornos que conozco y en los que me encuentro cómoda me muevo con desenvoltura y hablo con todo el mundo, creo que porque tengo el control de la situación y se qué puede funcionar o no, pero si me sacas de aquí, puede darse el caso de aislarme completamente del resto y retraerme a un rinconcito con mi mundo interior.
Así ha sido desde pequeña, y cuando surgió la oportunidad de trabajar como profesora, fue un reto personal en ese sentido: enfrentarme con gente que no conozco de nada, inicialmente en contra mía (es que por el año 90 una mujer dando clases de informática aún era raro) y tomar el control era una dura tarea. Pero al final he encontrado mi sitio, y realmente me gusta lo que hago.
Ahora bien, puedo estar con amigas tomando algo y no se qué me pasa, pero cuando ya llevo una hora y media aproximadamente, me empiezo a agobiar y siento la necesidad de irme, de hacer otras cosas. Realmente en pocas ocasiones, me puedo tirar horas y horas con gente divirtiéndome (aunque este año en la feria sí ha sido así).
Y por qué todo este análisis? Porque mi marido (que tiene una capacidad para socializar con todo el mundo realmente envidiosa) no comprende mi afición a presentarme a concursos. Primero lo hago porque me divierto y ya lo hago incluso con juegos de mesa en casa, reuniones..., pero también porque es un reto para mí, es una manera de enfrentarme a lo desconocido y salir más o menos victoriosa. ¿Tan difícil es de entender?
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